Tercer día consecutivo yendo a la misma librería.
Hoy, ella camina en unos vaqueros gastados y zapatillas deportivas. Una camiseta rosa palo con la frase en la espalda “si no puedo bailar no es mi revolución”, hacía que él quisiera aprender a bailar. Un mechón de cabello pelirrojo insistía en esconder la mitad de su rostro dibujando una onda, larga y suave, como su propia silueta.
Él cogió el primer libro que le llamó la atención, Siddhartha está vez, y se sentó en el sofá cerca de la entrada de la librería. La observaba deleitándose al ver como atendía a los clientes y ordenaba libros. Esa mujer convertía gestos simples en un arte.
Después de ojear varias páginas tomó una bocanada de aire y decidió levantarse. Caminó hacia ella. Lo hizo muy despacio. Al otro lado del mostrador ojos verdes y labios de fresa pronunciaron las palabras mágicas: “puedo ayudarte en algo”.
– Ah… pues , verás… no se casi nada de ti: Imagino cosas. Que duermes en una cama de flores silvestres, que bebes rocío de la mañana de Alaska, que a veces no andas, levitas y que cultivas corazones solitarios que se convierten en enredaderas… y ¿sabes qué? Me encantaría descubrir todo lo demás.
Ella esbozó una media sonrisa y en su respuesta selló una historia de amor.
– Gracias, pero creo que deberías empezar por asistir a nuestros talleres de poesía, se te da realmente bien. Por lo demás estoy felizmente casada y eso es lo único que te puedo desvelar.
La historia de amor con la poesía fue eterna.