Las gafas de Claudia

You can fly when you want to
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Creí estar enferma cuando aquel día al ponerme las gafas lo vi todo clarísimo. Y no fue sino de casualidad que éstas llegaron a mis ojos pues Claudia, mi vecina, había tocado a mi puerta para decirme que se iba de la ciudad. Pobre, pensé yo, tan linda la muchacha y se tiene que ir a dónde sus papás porque aquí no tiene trabajo. Y ¿dónde le van a arreglar el pelo tan bien, allá, en aquel pueblo? No, ya no volverá a estar tan bien peinada como ahora. Y mientras estaba yo en esas subía por la escalara Don Manuel, que es todo un caballero pero, y que Dios me perdone ¡qué mal le huele el aliento! Yo, por si acaso se acerca, siempre cierro un poco la puerta, pero como estaba con la niña Claudia pues no me quedó más remedio que invitarla a entrar. Ella que es muy tímida, se resistía pero yo como que la empujé así medio a la fuerza y ella pues ¿qué iba a hacer? Pues entrar. Habiéndome librado ya de Don Manuel pensé que no tenía mucho sentido tener allí a la muchacha pero aún así quise ser educada y le pregunte ¿te preparo un cafecito o un té, mi niña? Y ella que llevaba todo el rato dándole vueltas a las llaves en las manos me dice que sí, que quiere un café y yo que no tengo ganas de preparar nada me doy la vuelta y ahí preparo la cafetera. Mientras tanto, pienso que no he llamado a Rosita, que es quien me había regalado esa cafetera y que como se me olvide, ella se va a enojar conmigo porque es el cumpleaños de su marido. Ellos siempre han sido muy atentos, no me puedo despistar. El año pasado se me olvidó y después fue terrible para que me volvieran a invitar a algún paseo de los que organizan. Y es que pienso yo que atentos son, pero rencorosos también.

Empieza a sonar el pitidito de la cafetera y ya está el café y esta niña no me ha dicho ni una palabra. Le sirvo y le pregunto que cómo está ¡Y menuda la hora en la que se me ocurrió preguntar! Ahí mismo se me puso a llorar y a intentar contarme lo que le pasaba. Que si la echaron del trabajo injustamente, que si ella no puede volver a la casa de los papás, que si no tiene dónde quedarse. Yo casi no tengo tiempo de consolarla cuando de repente me saca un papelito y me pide que se lo lea porque a ella le han puesto unas gotas en los ojos y me dice que no ve nada ¡Ay mi niña, si yo no veo tampoco! ¿No ves que ya tengo tantos años como todas las letras que debe haber en este papel? Y entonces ella saca las gafas y me dice que las pruebe y ahí se me cambió la vida. Creí de verdad estar enferma, como le decía, porque lo vi todo clarísimo ¡oiga, todas las letras! Que no le digo yo que alguna me bailara un poco, pero conseguí leer. Y no, no estaba enferma, mire usted por dónde, estaba perfectamente y la que no estaba bien era aquella muchacha, que estaba embarazada, o al menos eso decía aquel papel. ¡Ay doña Leticia! ¿Qué voy a hacer yo ahora con esta criatura si no tiene ni padre? Ella me lloraba y hasta con hipos y mocos me contaba que no tenía remedio para aquello hasta que yo, que pensando otra vez en mi amiga Rosita, recordé que ellos tuvieron una niña en su casa trabajando y hasta dio a luz allí mismito en su cuarto, eso sí, todo en secreto, que Rosita ni se había dado cuenta de que aquella cándida tenía barriga. El caso es que yo, que ya era más vieja que las historias, me di cuenta de que la pobre Claudia podía ser mi nieta y aquella criatura bien podría ser mi bisnieta y ¿por qué no? Ve usted ¿como al final si somos familia? Bueno, entonces déjeme pasar que quiero ver a la criatura que para eso soy la bisabuela ¿o aún quiere que le explique algo más?

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8 comentarios en «Las gafas de Claudia»

  1. Me encanta cuando te dejas poseer por otras voces, por otra gente, por otra época…cuando relatas en primera persona desparramada y en un suspiro cuentas tantas cosas.
    Eres una maga!!!

    Un abrazo

    Responder

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