-¡Amor de sobra y no sobras de amor es lo que tú necesitas, mi niña! – Antonia daba vueltas por la cocina mientras consolaba, a su manera, a Fernanda, la hija de su jefa Mª Auxiliadora.
Llevaba trabajando en esa casa más de 30 años y conocía a Fernanda como si la hubiera parido.
-Si es que no ganas para disgustos, mi niña. Esos hombres que te buscas no te convienen. Todos aparecen sin pedir permiso y se van igual. Ya no hay hombres como los de antes. Una se casaba con ellos y era hasta la muerte, como yo con mi Luis, que en paz descanse. – Antonia cortaba cebolla a una velocidad pasmosa y tenía dos o tres pucheros encendidos a la vez.
Fernanda contenía la angustia en la garganta. Dos lagrimones se iban turnando de ojo en ojo, para ponerle el punto de sal a las sobras de la cena de la noche anterior, que a ella le servían de almuerzo. Siempre le había gustado almorzar sobras ¿o a eso se había acostumbrado también?