Llego temprano a la cita y eso es raro en mí pero no me importa esperar. Voy saboreando el camino desde el auditorio donde se producía el evento hasta el casco antiguo donde me encontraré con él. Y entonces esta ciudad está llena de rincones misteriosos que despiertan mi imaginación. A cada vuelta de esquina hay un bar en el que apetece sentarse a observar a la gente, a escribir o simplemente a tomar una cerveza. Cada calle, estrecha, tiene una historia.
Llego a mi destino, la Plaza del Paraguas. Un lugar entrañable con una enorme sombrilla en el centro que sirve de amparo para conversaciones pasadas por humo ilegal, mercadillos de verano o miradas de fotógrafos curiosos. Me siento en el lugar acordado y la sonrisa del camarero me dice que soy bienvenida. Un enorme cartel cuelga de la fachada del destartalado edificio de dos pisos. En él las caras de varios niños de la India me recuerdan porqué estoy allí y refuerzan el calor que siento a pesar de estar sentada en la terraza. Son las 20.30 de la noche a mediados de Noviembre. El camarero me trae mi té blanco y comienzo a escribir. Me fascinan las luces y sombras que se crean en las noches. Los naranjas y marrones se alborotan con negros y colores aún más estridentes que salen de las flores que cuelgan de los balcones, de las puertas o de los propios bares – lo que realmente quiero decir es que me siento una extranjera en mi propia ciudad y la reconozco más por cómo la describió Woody Allen “ciudad de cuento de hadas” que por mis propias vivencias en ella.
Se me antojan lejanos y como de otra persona los recuerdos que puedan venir a mi memoria y no sé muy bien en qué partes pudieran ser reales y en cuáles no. Todo es confuso. No sé si fui yo la que alguna vez caminaba, a dos metros sobre esas calles peatonales, de la mano de un amor que me llenaba el estómago de mariposas. No estoy segura de si era yo quien en los recovecos de alguna callejuela me movía divertida al ritmo de alguna canción de moda que serpenteaba entre la gente. No sé, si alguna vez paseé por estas calles en busca de un lugar dónde respirar otros aires y me despedí de ellas sintiendo que la falta de olores distintos me aburría soberanamente.
Se me había olvidado que al final en este mes de otoño aquí no hace tanto frio pero llueve. Aunque la lluvia me ha dado una tregua y estos días he conseguido sobrevivir sin paraguas. La prueba más fiel de que mi memoria falla es que después de tantos años viviendo en el sur no pienso en ese útil instrumento que antes llevaba a todas partes. Las dos veces al año que vuelvo a mi ciudad me escaqueo para que el agua no me pille y cuando la siento cerca, me doy cuenta de que no podría volver a vivir aquí justo por eso.
De repente siento que alguien me observa y es él. Ha llegado antes de tiempo y me sonríe con calma. En realidad no nos conocemos apenas pero nos abrazamos, a modo de saludo, como quien ya sólo intenta viajar con lo esencial. Dejo mi cuaderno y me preparo para escucharle y compartir más sobre sus proyectos y su viaje a la India, lo que en realidad me ha llevado hasta allí. Pero esa ya es otra historia. . .
En el camino de regreso me acompaña el pensamiento de que sentirse en casa es algo muy peculiar y no siempre se corresponde con un lugar donde esté tu supuesto hogar. Y un segundo antes de dormirme me pregunto, si Oviedo es mi ciudad ¿yo que soy de ella?
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13 comentarios en «Ciudad de cuento»
Qué bonito, Ángela! Qué manera tan delicada de escribir. Gracias!!
Quedamos pendientes de esa otra historia entonces 😉
Y si, yo tambien conozco esa sensacion de sentirte extranjera en tu propia casa… aunque no tenga claro cual es la mia…
Me encanta como escribes.
Un abrazo, a modo de saludo… o no 🙂
La memoria es claramente emocional, y esas distancias indican que ya no eres la que una vez fue, y también que tal vez estés tan en el presente que el pasado pierda fuerza e importancia.
Espero que disfrutaras del encuentro y del abrazo!
Abrazos sin memoria
Oviedo prácticamente no ha cambiado, y si lo ha hecho, creo que ha sido para ir hacia atrás. Tú saliste de aquí con el germen de muchos cambios ya en tu equipaje. ¿Cómo querrías volver a un lugar de cartón piedra, con la vida que se agita en ti? 😉
Maravilloso 🙂
Oviedo y tú… sois tal para cual
Maria, gracias por sentirme en cada palabra!
Adowa, os la traeré. Esa otra historia es bonita y entrañable. Me quedo con ese abrazo, intuyo que es de los que reconfortan y me gustan!
Shubhaa, creo que tienes razón, no es más que eso…el pasado que se quedó allí y yo seguí viajando y creciendo…¡Otro de esos abrazos apretaos!
Susana, jajajajaja lo cierto es que la sensación que tengo cuando vuelvo allí es la de estar en un lugar que no ha cambiado, sin embargo soy capaz de apreciar esos pequeños cambios de comercios o cualquier otro detalle pero no es suficiente…¡un beso!
KATREyuk, sí, somos como dos amantes que se quisieron mucho y por eso nunca se va a olvidar 🙂 ¡un abrazo y gracias por venir!
Que paradoja que te sientas lejos en el lugar en el que estás… Me encanta cómo describes la sensación de ausencia aún estando presente.
Mil besos ovetenses.
Geminiana qué alegría tenerte por aquí 😉 Esa es la esencia que me empujó a escribir y lo que muchas veces me lleva a observar situaciones y momentos desde otros ángulos sin perder el presente…
Un beso con las mejores energías 😀
Se te pegan costumbres del sur, como olvidar paraguas y parar la rutina ante la lluvia… qué bonita forma tienes de contar algo que puede ser tan normal y cotidiano pero para saber hacerlo como tú hay que saber mirar al mundo con ojos de cuento…
Un abrazo fuerte linda!!!!
Tegala, como me gusta eso de saber mirar con ojos de cuento 😀 a lo mejor esa es la gracia 😉
Un beso y gracias por venir!!